viernes, 9 de diciembre de 2011

Golpe inesperado


Todo iba bastante bien, empezaba a recobrar energía y decidí ir al recital solidario que organizaba la red Mundo invisible (www.mundoinvisible.com). Fue el sábado pasado en Figueroa Alcorta y La Pampa, de 14 a 19. Sol radiante en Buenos Aires. Fuimos con mi hermana a eso de las 15.30 para evitar el peor calor. Como tanto me insistieron los médicos en cuidarme del sol, me puse protector 50 una hora antes, pañuelo, lentes oscuros y sombrero de ala ancha (gentileza de mi amiga Vir), ¿imaginan el disfraz?
Cámara de fotos en mano, desde q llegamos había fotos por todos lados. Miles y miles de botellas plásticas que la gente llevaba para salvar metros de bosque chauqeño (www.bancodebosques.org); tapitas para sumar al récord guiness de juntada de la Fundación Garrahan; los Payamédicos que divirtían a los chicos y repartían narices rojas; artistas como Milo Lockett y Miguel Brea pintaban una casa de Un techo para mi país (www.untechoparamipais.org/argentina/), un espacio ludoteca coordinado por la organización Por los chicos (www.porloschicos.com), los cientos de alimentos que recolectaban los entusiastas chicos de Un minuto de vos (www.1minutodevos.com.ar) para armar entre todos cajas navideñas, los scouts ayudando siempre listos y el recital en sí, entre otras imágenes (de esas imágenes que me conmueven por la construcción entre muchas manos).
Una fiesta solidaria, muchos amigos, y yo con mi sombrero de acá para allá sacando fotos. Muuuuuucho calor. Terminó como a las 20.30.
Cuento todo esto para que se entienda el contexto. La cuestión es que el domingo me desperté con unas líneas de fiebre, náuseas y mucho cansancio... ¡como recién terminado el tratamiento de radioterapia cerebral!
Pensé que era agotamiento pero el lunes seguía igual. Llamé a mi oncóloga y  me explicó la relación entre la radioterapia y un golpe de calor: ¡altísima relación! Como lastimarme sobre una herida sin cicatrizar… Un golpe inesperado… 
Así que acá estoy, recuperándome otra vez, tengo como un déjà vu nada agradable aunque, por suerte, hoy ya me siento un poco mejor. Comparto algunas de las fotos...




  

lunes, 28 de noviembre de 2011

Felicidad

Como no sé bien sobre qué escribir, pasan días y no escribo. Las anécdotas médicas, ¡por suerte!, pasaron a un segundo plano. Hace un mes que terminé el tratamiento y me voy recuperando muy bien.
No sabía sobre qué escribir hasta anoche, cuando conocí al “hombre más feliz del mundo”, y eso me trajo al blog.
Como mínimo, quiero compartirlo para quienes no lo vieron. Canal Infinito: 26 personas para salvar al mundo, de Jorge Lanata (www.sur.infinito.com/26-personas/episodio-3). En este tercer capítulo presenta a Matthieu Ricard, doctor en genética celular, un hombre que a los 26 años decidió dejar su vida en Francia para ir a vivir al Himalaya, al Monasterio Shechen, en Katmandú (Nepal), una ciudad en uno de los países más pobres del mundo, donde se convirtió en monje budista hace 40 años. A Ricard se lo conoce como “el hombre más feliz del mundo”, a partir de estudios neurológicos que le realizaron científicos especializados en neurociencia, de la Universidad de Wisconsin (Estados Unidos), donde se midió el nivel más alto “de felicidad” en el cerebro jamás alcanzado (técnicamente, altísima actividad en la corteza cerebral prefrontal izquierda, donde se localizan las emociones placenteras).
Durante la entrevista realizada en el Monasterio, Ricard habla sonriente sobre meditación, amor altruista, compasión y, sobre todo, felicidad: “es posible entrenar el cerebro para ser feliz y hacer felices a los demás”.
Entre los entrevistados durante el programa, también habla el economista Lord Richard Layard, autor del libro Felicidad, best-seller en Reino Unido, que influyó para instalar la temática dentro de la agenda política de ese país, y ser considerada un parámetro fundamental sobre el estado de la población.
Me quedó el tema de la felicidad en la cabeza (¿cuántas veces te preguntás qué te hace feliz? ¿quién te enseña a encontrar estas respuestas? ¡qué poco hablamos sobre qué nos hace felices!), así que busqué a Ricard en Internet (www.matthieuricard.org). En la web cuentan que, además, fue asesor del Dalai Lama, que es hijo de un filósofo francés, es fotógrafo y eligió para uno de sus libros retratar 100 sonrisas (imágenes muy simples que contagian). A la vez, apoya distintos proyectos humanitarios en Asia (www.karuna-shechen.org), con la convicción de que la felicidad de cada uno, tiene que ver con la felicidad de quienes nos rodean. Y veo una nota en el diario El Mundo, de 2007 www.elmundo.es/magazine/2007/395/1176906666.html) con una buena entrevista, y diez "consejos" para ser feliz.
No encuentro el libro Felicidad en español, ni los de Ricard disponibles en Argentina… De todos modos, la felicidad viene a mí :)

jueves, 17 de noviembre de 2011

Qué ves cuando me ves


Sabrán comprender estos días de silencio bloguero, por llamarlo de alguna manera. Me resultó imprescindible poner la cabeza en otras cosas, retomar rutinas y resolver pendientes después de meses de tener mi agenda capturada por los médicos.
Nada para preocuparse. Acá estoy, recuperándome muy bien, pelada con pañuelo, de buen ánimo y con una nueva visita a mi astróloga, que vuelve a confirmar que no me estoy por morir.
El foco para el próximo año, según recomiendan los astros, estará puesto en dedicarme a comunicar mi experiencia desde lo intuitivo, desde lo irracional, desde las tripas… ¿Qué querrá decir con eso? ¿Será este blog? ¿Hablarle a quién? ¿A  otros pacientes con cáncer? ¿A los que no tienen nada que ver con el cáncer? ¿Y comunicar qué? ¿Cuál es mi experiencia?
Me pregunto también quién va a querer escuchar sobre cáncer, o sobre la experiencia a partir del cáncer.
En estos días la mayoría de las personas cuando me encuentra lo primero que me dice es: “qué bien se te ve”. Y lo agradezco, pero no puedo evitar pensar cómo esperarían verme, o qué querrán decir, o cuán importante será verme bien o mal. Quizás no espero verme bien. Andar pelada por la vida no es una imagen que yo elegiría ni aunque me quedara espléndido. A la vez, podría verme bien y sentirme horrible, como ya me pasó otras veces.
Entonces, en esos momentos, pienso que el pañuelo es señal de cáncer, de nuestra finitud, de que nos podemos morir. Quizás “verme bien” equilibra un poquito la angustia existencial que suele provocar la idea de la muerte. En esos mismos momentos, cuando después del “qué bien se te ve” no sigue un “¿cómo te sentís?” o “¿cómo estás?”, entiendo que quizás la mayoría no quiere escuchar sobre cáncer. Y los entiendo, yo también quisiera ignorar el tema. Pero acá está.
La cuestión, cuando no me preguntan cómo me siento, es que se pierden de saber algo que, en una de esas, equilibra mucho más la angustia existencial frente a la muerte. Se pierden de saber que me siento muy bien y que sigo convencida de que algo bueno saldrá de todo esto. Sobre todo cuando la astróloga –con incuestionable rigor científico- me lo asegura, pese a que todavía no sé a qué se refiere al hablar de comunicar mi experiencia, y aunque no soy capaz de ver lo mismo que ella ve cuando me ve.

lunes, 31 de octubre de 2011

Brindamos con el ángel

Sabrán que vengo con el tema de las certezas y las incertidumbres en la cabeza… entre otras cuestiones.
La foto que ven abajo la saqué como evidencia de esas coincidencias de la vida que te hacen sonreir aunque, al menos por mi parte, no logro explicar.
La cosa fue así: Estábamos en una hermosa playa bonaerense, pueblo pequeño, bosque, médanos, calles de arena y balcón frente al mar. Sábado a la noche. Decidimos ir a cenar a un restaurant bonito, de comida casera. Se llama El Ángel. 
Abro la carta y aparece lo que pueden leer en la foto: 
Uno nunca sabe lo que va a comer aquí. Y es hermoso que uno nunca lo sepa. Si fuera predecible, no valdría la pena cenar aquí. Si todo aquí fuera una certeza, no sería El Ángel, sería un Mc Donald… 
Mi lugar ideal :) Brindamos con el ángel. Sin palabras.

sábado, 29 de octubre de 2011

Horizonte




Cumplir años o no cumplir. Esa es la cuestión.
Necesitaba horizonte y acá está, frente a mí. Con el sonido de las olas, el olor a mar y a bosque.
Lo decidimos ayer. Superamos la inercia habitual y salimos a la ruta. Es la  mejor manera que imaginamos para celebrar que hoy, justo hoy, empieza un nuevo año para nosotros. En muchos sentidos.
Hoy puedo decir que terminé el tratamiento. Hice la última aplicación de radioterapia y ayer tomé la última medicación. Todavía tengo la panza revuelta, el sueño algo alterado y leves molestias pero, a grandes rasgos, me siento bien. Bien después de dos meses intensos, por llamarlos de alguna manera.
El horizonte tiene esa perspectiva única, instantánea. Y el mar ese fluir que recuerda que nadie se baña dos veces en el mismo río.
Vendrá la recuperación, un tour por los consultorios del dermatólogo (tengo que controlar la piel radiada), de mi oncóloga, luego hacerme controles y a eso, probablemente, sumarle un montón de cosas que todavía no tengo idea. Será un año de seguimiento médico frecuente. Recién en un año me va a empezar a crecer el pelo. Es decir que será un año de pañuelos, gorros o pelucas… ya veremos.
Pero sobre todo, será un año para buscar un nuevo equilibrio que me deje tiempo para hacer otras cosas que no sean cáncer. Esas otras cosas que me dan tanto entusiasmo que, a veces, me hacen sentarme en la computadora incluso un domingo o levantarme de madrugada a anotar una idea de una campaña solidaria que no quiero olvidar. Proyectos en los que creo profundamente y me dan la esperanza de que podemos sumar nuestro granito de arena. 
Mirando atardecer en el mar, soy feliz. Agradezco que casi todos los posibles efectos secundarios, detallados en el consentimiento que firmé, no sucedieran. Aunque algunos sí, van a ir pasando. Y sucedieron otros, sobre los que nadie me avisó. ¿Qué puedo decir? A esta altura, me resulta claro que este es uno de los aprendizajes de estas últimas experiencias. Esperar lo imprevisto parece lo más cercano a poder anticiparse. Convivir con la incertidumbre que está frente a mí como este horizonte en un mar en continuo movimiento.

lunes, 24 de octubre de 2011

¿Estoy en un reality y nadie me avisó?

Me pregunto si seré parte de un reality show y nadie me avisa. Es la explicación más lógica que se me ocurre para lo que pasó hoy.
Resumo la previa para que se entienda: como mis imágenes cerebrales son un “caso atípico”, en un estadío inicial, con buen pronóstico, se hicieron varios ateneos y juntas médicas para definir el tratamiento a seguir. Según me explicaron entonces, eran 20 aplicaciones de radioterapia en toda la cabeza, casi todos los días, con un listado enorme de posibles efectos secundarios y secuelas que tuve que escuchar, y consentir.
Ahora lo de hoy. La semana pasada recibí la aplicación número 20, y hoy a la mañana tenía el turno con la médica a cargo para que me diera el alta. Estaba ansiosa esperando el bendito alta porque todavía no había logrado ponerme contenta de terminar esta etapa.
Después de unos 40 minutos, me llaman al consultorio. La médica me pregunta cómo me siento, le cuento que voy un poco mejor cada día y me dice, sin anestesia, que estuvieron evaluando y quieren hacerme un par de aplicaciones más (“por las dudas”). Quedo petrificada. Si me estaban filmando para el reality, ese fue el momento de la música de terror: empecé a llamar a mi oncóloga, ya casi sin escuchar lo que decía la mujer.
Ir a buscar el alta médica y encontrarme otra vez en el equipo, ¿no será un poco mucho para mi delicada estabilidad emocional? ¿Cambiaron de idea? ¿Se equivocaron cuando calcularon 20? ¿Será que esto sigue, sigue y sigue, ¡y me lo dicen así!?
Ahí nomás, me hicieron una nueva aplicación. Y en ese mismo instante me quedó claro que, ni siquiera lo poco que parece previsto, se mantiene.

jueves, 20 de octubre de 2011

Certezas, ilusiones y red

La incertidumbre tomó mis días. No hubo ni uno, esta semana, que resultara como lo había planeado. Misión imposible. Me entrego y dejo de planear. Estoy cansada de estar cansada. De a ratos, a la madrugada, el cuerpo descansa pero la cabeza sigue dándole vueltas al tema del último post, “Ilusión de certeza”.
Son los primeros días de salir con pañuelo. Ya me conozco pelada, no me da angustia, y esta vez tengo cejas y pestañas (aunque parezca un detalle, cambia). Tengo una sensación como de primer día del próximo año. Eso en cuanto a la imagen, claro. En cuanto a cómo me siento físicamente… espero escuchar un alta médica con un: “de aquí en adelante, sólo cabe ir mejorando”.
Mientras, me emociona leer a mi amiga Andrée, que me escribe sobre certezas e ilusiones. Y me trae a la memoria un juego de las clases de teatro, que hice hace años. Es ese en que uno cierra los ojos, se pone de espaldas a sus compañeros y se deja caer para que lo sostengan entre todos con los brazos entrelazados. Esa entrega supone la certeza de confiar en el otro, en esos brazos que forman una red.
En palabras de Andrée:
“Uno se aferra a esa ilusión de organizar la vida… “¡el tiempo!” (¿querés cosa más descabellada?!!!). Pero a la vez necesitamos “jugar” ese juego. Sería como la falta de gravedad, ¿te imaginás viviendo como los astronautas? Sin pisar suelo firme (aunque, ¿es firme nuestro suelo?) o sin caminar en forma vertical, con la cabeza “arriba” (¿y todos esos chinos cabeza abajo?). Estamos rodeados de cosas que parecen algo pero quizás, si lo analizás, no lo son… o son relativas. Coincido en que no hay vuelta atrás. No podrás volver a pensar que “la agenda es la realidad”, pero quizás es necesario vivir un poco ese juego de “certezas consensuadas”. En una de esas, las certezas funcionan como “sistema de arranque”, para emprender cosas. O no haríamos nada, estaríamos paralizados ante el signo de pregunta.Más allá de esto, en lo personal, creo que tu postura es más ventajosa, en relación a quienes creen sin cuestionamientos en las certezas. Creo que esa aceptación de la no-certeza hace que tu espíritu sea más abierto a nuevas situaciones. Para terminar, franqueando mi propio límite de lo cursi, quiero compartir una certeza que tengo: el amor que siento por algunos mortales. Nada ni nadie podrá modificar esta certeza.” 
¡Esa puede ser una certeza para mí también! Aunque fuera una ilusión, la red me resulta lo más valioso. Confiar en las personas que quiero y me quieren, me sostiene. Cada abrazo de GonG, cada llamado, cada visita, cada propuesta, cada silencio, cada lector, cada palabra, cada buen pensamiento. Sin duda, me han atajado durante estas semanas.

viernes, 14 de octubre de 2011

Ilusión de certeza


¿Quién tiene una ilusión de certeza para convidarme? 
Me refiero a esa idea de que podemos planificar algo; a esa sensación tranquilizadora de que las rutinas cotidianas continuarán como están; a esa creencia de que somos capaces de saber cómo seguirán nuestros días.

Crecemos en medio de estas ilusiones de certezas, con agendas de las que nos agarramos como cable a tierra, que hacen parecer que podemos prever algo de lo que vendrá.

Buscamos respuestas en laberintos de religión y/o ciencia. Intuyo que es una manera de alejarse de la idea de finitud, del abismo de nuestras limitaciones, y nos permiten movernos cada día. Coincidirán conmigo en que es una obviedad decir que nadie sabe qué va a pasar en el futuro. Pero, por mi parte, durante años ni siquiera me lo había cuestionado, hasta ahora... que la vida me puso frente a una ventana que muestra otra cosa: las certezas no existen o, al menos, no soy capaz de distinguirlas a simple vista.

Solemos creer, por ejemplo, que la medicina tiene saberes rotundos o que son certeros los estudios médicos. Pero ya me pasó varias veces que los médicos se basan en estadísticas, y eso no nos incluye a todos, todo el tiempo, o que el resultado de un estudio parece decir lo que luego no es (para bien, para mal).

Mi tratamiento está en la recta final. Me siento bastante bien, y el ánimo mejora al ver cerca la orilla. Pero la experiencia me dice que esto no significa que el capítulo termina. Me llevará unos dos meses recuperarme de la radiación, luego vendrán estudios de control, la espera de los resultados y, mientras tanto, seguir con la vida, con todo eso que no es cáncer, y me entusiasma.

Nadie me enseñó cómo despertar cada día sin saber cómo van a seguir mis horas. Con una sensación de vértigo donde todo puede pasar, o nada. Pero voy aprendiendo… no me queda otra. Parece que cuando la ilusión de certeza se va, no hay retorno. Es como haber salido de la caverna de Platón. Aparece otro mundo, un viaje que pinta interesante.

lunes, 10 de octubre de 2011

Té de esperanza

Este fin de semana largo es lo más. Cada día sin aplicación me cambia el espíritu, el cuerpo se recompone y las horas sin carga médica cotizan altísimo.
Desde hace unos años vengo fascinada con el tema del tiempo. Es de las pocas cosas que todos tenemos por igual, que no podemos apurar ni frenar, ni ganar ni perder. Aprender a valorar el tiempo y a descubrir qué quiero hacer con él, me ocupa la cabeza estos días. Sobre todo ayer. Fue el primer día en que salí con pañuelo (el pelo ya escasea) y la sensación era de primer día del próximo año. Como un 1º de enero, digamos. Primer día de verme con pañuelo, con la imagen que probablemente me acompañe por unos doce meses.
En esto de reflexionar sobre el tiempo, me combina el ritual oriental del té. Y esa enseñanza de “cuando tomo té, tomo té” para hablar de estar presentes, con todos los sentidos, en nuestros actos cotidianos. Además, me encanta el té. 
Gracias a Tea por dedicarme esta taza con esperanza en su blog y este fragmento, que comparto:
“Ya véis que no soy un pesimista ni un desencantado, ni un vencido, ni un amargado por derrota ninguna: a mí no me ha derrotado nadie; y aunque así hubiera sido, la derrota sólo habría conseguido hacerme más fuerte, más optimista, más idealista; porque los únicos derrotados en este mundo son los que no creen en nada, los que no conciben un ideal, los que no ven más camino que el de su casa o su negocio, y se desesperan y reniegan de sí mismos, de su patria y de su Dios, si lo tienen, cada vez que les sale mal algún cálculo financiero o político de la matemática de su egoísmo (…)”. Fragmento del discurso de Joaquín V. González “La Universidad y el alma argentina” (18/9/1918).
Brindo con té, por los optimistas e idealistas de todos los tiempos :)

viernes, 7 de octubre de 2011

Hermandad

Hay días en que me cuesta poner en palabras cualquier cosa. Días en que preferiría dormir. Suelen ser días en que no me siento bien, cuando dudo de mis fuerzas, desconfío de mí misma y los miedos piensan por mí. Entonces hago silencio. Será que los miedos van por dentro y no escriben en el blog.
Esta semana sumé, a las náuseas, la piel que me duele y una sensación de calor permanente y fea en la cabeza. Sigo con sueño y se me empezó a caer el pelo. Ya está. Lo conté.
Hace unos días, uno de los técnicos me dijo, de onda, que quizás no se me caía el pelo, que iba bien. En fin, tengo que seguir aprendiendo a preguntar menos y escuchar, nada. Confieso que me había ilusionado un poquito.
Es difícil transmitir la procesión de estos días. Me resulta agotador ir todos los días al centro de radioterapia, caminar por un pasillo, bajar a un subsuelo solita y poner la cabeza en la camilla para los rayos. Es difícil convencerme profundamente de que eso me está curando el cáncer. Pero ya hice mi último intento anoche, con mi oncóloga M., para ver si existe la posibilidad de acortar el tratamiento. “Esa sería la mayor estupidez. Estamos en la mitad del río, y hay que seguir nadando”, contestó rotunda y me miró fijo. “Nadar pero con menos padecer”, dijo después para contener mi angustia. Me agarró la mano, me escuchó un rato, y me recetó corticoides de refuerzo. Hoy me levanté mucho mejor. El pelo, igual, cae como la lluvia de hoy.
En esta dificultad de transmitir lo que siento, me resuenan las palabras de una colega, que vive en Viedma, vino a tratarse por un cáncer de mama a Buenos Aires, y me escribió al ver el blog (¡gracias! a otra amiga en común). “Creo que es muy importante poder hablar, compartir (…). No sé por qué razón una establece como relaciones de hermandad en estos casos”, me decía. Comparto esa sensación. Y de hecho agradezco a la vida estar cerca de una amiga-hermana que pasó por un cáncer hace años y me acompaña sabiamente en estos siete años y medio. Quizás esa “hermandad” tiene que ver con esto que me resulta, a menos a mí, intransferible con palabras.
En sintonía, tomo el texto que compartió mi queridísima PauLi esta mañana, de alguien que encontró una buena forma de expresarse, Steve Jobs: "Tu tiempo es limitado, de modo que no lo malgastes viviendo la vida de alguien distinto. No quedes atrapado en el dogma, que es vivir como otros piensan que deberías vivir. No dejes que los ruidos de las opiniones de los demás acallen tu propia voz interior. Y, lo que es más importante, ten el coraje para hacer lo que te dicen tu corazón y tu intuición."

domingo, 2 de octubre de 2011

Estoy radiante

“Estás radiante”, me dice GonG al despertar, y se ríe. Estoy radiante en tanto soy radiada, e irradio. 
Por mi parte, ¡agradezco los domingos! Un día sin aplicación (ayer sábado), después de pasar la segunda semana de radioterapia cerebral y me siento mejor. Aunque no usaría la palabra “radiante”, como la hubiera entendido antes de estar efectivamente radiada.  
Me vuelve la energía después de una semana intensa. Con una madrugada de dolor de cabeza horrible. Tanto que pensé en abandonar el tratamiento, y hasta se lo propuse a mí oncóloga M., con la ilusión de que "quizás ya me curé". Pero no hay caso. Agua (ntar) y ajo (derse). O más medicación. La sola idea ya me hizo sentir mejor… sin tomar nada.  
Algunas mañanas me levanté con náuseas y en las horas post-aplicación, a la tardecita, son cuando peor me siento. Luego los días pasaron bastante bien, con siestas largas y una sensación de inestabilidad (quizás más por el miedo de que me pase algo), como aletargada. 
Mi pelo sigue en su lugar, resistiendo aunque apagado, diría. Y estoy algo hinchada pese a que bajé dos kilos (gracias a la dieta que nos prepara Angelita, con amor y dedicación en bandejitas).  
De a ratos logro concentrarme y, de a poco, avanzo con el libro que vengo escribiendo desde hace tiempo. Ayer hice un nuevo récord en el sudoku, nivel hard :)
Armar planes se me hace difícil. Todavía no me organizo, tiendo a quedarme en casa y siento que duermo tantas horas que no me queda tiempo.  
Este recreo de fin de semana me resulta una señal de esperanza. Me dice que, cuando termine el tratamiento, me voy a sentir mejor. Me resuena el texto de una nota sobre la esperanza que me mandó hace unos días mi amiga Teresa: “estado de ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos”. Y sigue: Las personas optimistas o esperanzadas tienen mayores recursos y posibilidades para afrontar situaciones de estrés, vencer obstáculos o limitaciones. La esperanza fortalece el sistema inmunológico y, de este modo, ayuda a prevenir y curar enfermedades. La esperanza, además, promueve el encuentro, la convivencia placentera y sostiene las relaciones positivas. Así es como se logran personas, familias y comunidades saludables”. 
Hoy le pongo mis fichas a la esperanza, y sigo aprendiendo paciencia, ¿habrá cursos de paciencia? Después de esta, quizás, me recibo de docente y empiezo a dar uno… ¡una idea!

martes, 27 de septiembre de 2011

Día 6: Escribo medio dormida

El sueño me tiene fastidiosa. Me saca la poesía y la paciencia. Tengo sueño todo el tiempo. Hoy vimos a la médica del centro de radioterapia para mi primer control, antes de hacerme la aplicación número 6 –esta vez a la mañana-.
No puedo echarle la culpa a la radioterapia por mi contractura. Pero sí por el sueño. Así que escribo medio dormida, con los ojos entreabiertos.
Este es un texto potencialmente efímero, que puede ser reescrito luego.
En síntesis, vamos bien. Siento calor en la cabeza que parece ser “habitual”, la crema de manzanilla y aloe está funcionando para la piel, y no sé si quedó claro que tengo sueño.
Falta menos, cada día una aplicación menos. Y frases como que nada es una ciencia exacta, cada paciente es cada paciente. Veremos veremos. Día a día.
Con sueño escribo. Con sueño me voy a acomodar los libros en la biblioteca nueva, que acaban de instalar después de un montón de horas. Con sueño me alegra escuchar que vamos bien. Me voy a soñar con eso.

lunes, 26 de septiembre de 2011

Dónde está la mente que observa

Si podemos creer que unos rayos que queman la piel, el pelo y el cerebro pueden curar un cáncer (o las drogas de quimioterapia, fuertes como veneno), quisiera también poder creer que existe algo sanador más espiritual y poético.
En esa búsqueda, visité dos curas para que me impusieran las manos, tomo flores de bach, empecé una alimentación sana, consulté homeópata y médico antroposófico, escucho a la astróloga, hice un curso de El Arte de Vivir y este domingo a la tarde, fui a conocer una propuesta de meditación.
Lo llaman Medicina integrativa: medi-cina + medi-cación + medi-tación. Explican que Medi viene del latín y significa medida justa interna = equilibrio.
Aquí y ahora. Colchoneta, almohadón, mantita y a respirar. Debe haber sido un poco más de media hora. En ese tiempo, se me fue la contractura cervical que me venía torturando y la respiración fue pacificadora. “La mente observa los pensamientos”, indica la instructora y describe los saltos pasado-futuro que juegan los pensamientos. En mi caso, mi mente observaba cómo mis pensamientos ya estaban escribiendo este post. Mezcla de presente transformándose en futuro, y ahora pasado que se vuelve presente.
Es probable que haga uno de los cursos, el que propone “transitar adaptativamente las enfermedades oncológicas”.
En tanto, les preguntas vienen a mí: ¿Empiezo durante la radioterapia o al terminar? ¿La mente que observa estará en el cerebro? ¿Le llegará la radiación? ¿Y los pensamientos dónde están ubicados? ¿Se mueven? ¿Se podrán esconder durante la radioterapia? ¿Las ideas se crean en las neuronas o las neuronas las pescan de otros lados?
Mi cerebro tiene sabidurías y capacidades que mi mente desconoce (como hacer latir el corazón, digerir, cicatrizar), ¿sabrá transitar el cáncer y se habrá olvidado de darme las instrucciones?

viernes, 23 de septiembre de 2011

Paz mental vs. Sistema de salud


Mi madre me imprimió un artículo sobre “la meditación científica” y un querido amigo me recomendó una investigación sobre el poder de curación de la mente y de los pensamientos positivos.
Leía: “El mundo es placebo, y eso puede ser desconcertante, pero lo que significa esto, es que el mundo puede ser exactamente como lo programes al programarte a ti mismo”. Luego, seguí con psiconeuroendocrinoinmunología: “la propuesta es desarrollar la capacidad de, por momentos, dejar que las cosas sucedan (…). El cultivo de la paciencia para aumentar la tolerancia a la incomodidad”.
Leía mientras esperaba para la tercera aplicación de radioterapia, ayer a la tarde. En eso, sonó el teléfono y la secretaría contó que el equipo estuvo roto varias horas pero que ya lo habían arreglado. (Nota: es el mismo equipo donde pongo mi cabeza).
Justo llegó GonG, y me llamaron del subsuelo. Abajo un médico me pregunta si me hice los estudios. Le digo que nunca me había pedido nada... y al rato me da una orden para un análisis de sangre.
Mientras preparan la máquina, las técnicas comentan que están cansadas, que están terminando un turno de doce horas, y que vienen durmiendo poco.
O sea, el panorama es más o menos así: estoy sobre un equipo recién arreglado, a cargo de un médico que me pide lo que no me pidió, y las encargadas de calibrarlo son profesionales cansadas. Todo un mosaico del sistema de salud. Nada contra mí en particular salvo que, en medio de todo, está mi cabeza.
Juro que lo intento, trato de creer que –pese a todo- las cosas pueden salir bien, como ya pasó antes, como viene pasando. Pero, sinceramente, ¡qué difícil lograr la paz mental!
Hoy vuelvo con mis respiraciones. Ommmmmmmmm.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Un juego llamado vida - Música para la primavera

¡Feliz primavera!
Día 2: aplicación OK!
Para celebrar, comparto el tema de apertura de la serie "The Big C" (ya estamos fans), Un juego llamado vida: Game Called Life, de Leftover Cuties


It's so hard to turn your life over (Es muy difícil dar vuelta a tu vida)
Step out of your comfort zone
(Sal de tu zona de confort)
It's so hard to choose one direction
(Es tan difícil elegir una sola dirección)
When your future is unknown
(Cuando el futuro es incierto)

Is this some kind of a joke? (¿Es esto una especie de broma?)
Will someone wake me up soon?
(¿Alguien me despierta pronto?)
And tell me this was just a game we play
(Y me dice que esto era sólo un juego que jugamos)
Called life
(Llamado vida)

Ho, are we all really slaves (Ho, ¿estamos todos realmente esclavos?)
By the hands of ourselves
(Por nuestras propias manos)
Did I really make all of those mistakes?
(¿De verdad cometí todos esos errores?)
Am I really getting older?
(¿De verdad estoy envejeciendo?)
Then why do I feel so lost?
(Entonces, ¿por qué me siento tan perdida?)

Is this some kind of a joke?
Will someone wake me up soon?
And tell me this was just a game we play
Called life

And at the end of the road (Y al final del camino)
Is there someone waiting? (¿
Hay alguien esperando?)
Do I get a medal for surviving this long?
(¿Me dan una medalla por haber sobrevivido todo este tiempo?)

Is this some kind of a joke?
Will someone wake me up soon?
And tell me this was just a game we play
Called life

Día 1: Rayos y centellas


Anticipo lo importante para evitar suspenso innecesario: tuve la primera aplicación de radioterapia, bastante bien, ¡una menos!
Finalmente me confirmaron el horario para empezar ayer, en otro centro de radioterapia, del mismo equipo médico, pero con otros técnicos y con mi historia clínica ya trasladada. 
Allá fuimos, a la tarde, caminando desde casa con GonG, compañero fantástico, unas 25 cuadras. Llegamos puntuales. Ellos, no.
Como comentaba en “Paciente con paciencia esperan en salas”, la espera es una gran parte de este camino arduo, y nadie hace nada por modificarlo, ni los profesionales ni el entorno sanitario, incluidos todos los que necesitamos esos servicios. Nadie considera que tiene que disculparse, o buscar mecanismos para que las cosas fluyan mejor para todos. Los pacientes, en general, leen o miran alguna pantalla de TV infaltable. En mi caso, suelo conversar con mis acompañantes del día (ayer GonG y mi hermana, que llegó de sorpresa).
Esperamos una hora y media hasta que me llamaron. Bajamos al subsuelo. Me recibió una pareja de técnicos macanudos, que se presentaron sonrientes. Entramos a la sala del equipo. Miré el techo: blanco, sin foto de árboles ni Mafalda para acompañarme. Me acuesto en la camilla, me olvido de relajarme y encontrar una buena posición y ya me estaban apuntando en los tatuajes con los rayos rojos. Miden, hablan entre ellos, dan unos números y listos ya: quietita, inmóvil, tres minutos, mitad con la máquina de un lado, y mitad del otro, más unos minutos de reacomode del equipo. Cierro los ojos, respiro. Agradezco que estén ahí conmigo. Y acá.
Inmovilidad = contractura. Además, me veo algo hinchada, supongo que por el corticoide que me tuve que dar. Más allá de eso, bastante bien, leve diría. Queda como un calor en la cabeza, feo pero tolerable, sin dolor. Cierta sensación de distancia con el entorno. "Almohadillada", describe bien mi amiga Lajmashin.
Como sabiamente anticipó M., mi oncóloga de cabecera –nunca más literal que ahora-: “Cuando arrancás el tratamiento se te pasa el susto”. Quizás sugestionada con esa idea, salgo con una sensación rara y a la vez algo de alivio. Merienda en la tradicional confitería de Almagro, Las Violetas (siempre dentro de la dieta).
Marco en la pizarra de casa: ¡1 menos!
Será un mes y medio así: cinco minutos de lunes a viernes, a la tarde, llueve o truene, en horarios variables, en Almagro por ahora y, después, quién sabe. ¡Vamos viendooooooo!
Esto era sólo un juego que jugamos/Llamado vida”, canta el tema musical de la serie “The Big C”.
Si tenés limones, hacé limonada, dice un refrán.
Vos tirá del carro que los melones se acomodan solos, era una de las metáforas preferidas de mi analista y guía filosófico, Henry.
Día por día, recomiendan a los adictos.
¿Quién tiene otra?

lunes, 19 de septiembre de 2011

Pensar en otra cosa

Hay veces en que es evidente cómo la vida te impone su agenda, sus temas. Y lo que a uno le queda en esos casos, si es que puede, es decidir cómo va a seguir esa agenda.
Entonces, uno puede decir “ok, toca esto, hay que bailar”, y entonces elegir qué música le va a poner… ¿salsa o película de terror? Sin duda, por algún motivo que desconozco y agradezco, en mi caso elijo música alegre, aunque a veces un tango o un blues me combinan perfecto.
Me llevó unos días sacarme de la cabeza el listado de síntomas y secuelas posibles del tratamiento de radioterapia cerebral que leí en el consentimiento (Ver “No estoy radioactiva”). Un empujón de mi oncóloga M., un fin de semana de abrazos de GonG, encuentros con amigos, un paseo por el Mercado de Pulgas más un rico sushi, fueron la combinación ideal para ayudarme a pensar en otra cosa.
Para distraerme, nada mejor que un lunes con algo de vida habitual, poner la mente en cómo rotar y estirar los músculos en mi clase de barra-terre, y en qué comprar en el supermercado. Además, decidí empezar dieta. ¿Justo ahora? Ya me preguntaron varios. Sí, ¡justo ahora!
En eso, mientras lograba pensar en otra cosa, cáncer-llamando: eran del centro de radioterapia para explicarme que se había roto el equipo con el que me planeaban radiar, que el repuesto llega en diez días, que no se fabrica en Argentina, y que están reasignando a los pacientes en otras clínicas. ¿A quién no le pasa que se rompa el equipo un día antes de empezar a radiarte el cerebro? “Igual, mejor un día antes que cuando estás ahí, no?”, dice mi primo Bloom, por skype, desde Europa.
En otras palabras, eso que yo creía seguro, como un turno para arrancar mañana, en el centro de Palermo, donde ya había visto a la médica y a los técnicos, ya no estaba. Me están reasignando horario y lugar pero igual empiezo en estos días.
El juego de pensar en otra cosa vuelve a empezar. Y el vamos viendo sigue su curso (Ver "Filosofía del vamos viendo").