Así comentó el otro día nuestro amigo, el artista Ignatius, según una frase que le robó ya no recuerda a quién. Y
yo sigo la cadena de robos porque me encantó.
Si en estos días se la dijera a cada uno de los
que no tienen tiempo, la repetiría un montón de veces al día. Hasta el que te llama para venderte algo está apurado.
Y, aunque en sentido literal todos tenemos las mismas 24 horas por
día, escucho muy seguido "no tengo tiempo" o "no me alcanza el tiempo".
¿No alcanza
para qué? ¿No alcanza un día o ningún día?
¿Cuándo fue que
lo urgente le ganó la batalla a lo importante?
Me encuentro
rodeada de personas que no pueden agendar un encuentro sin prefijar la hora de
fin. Personas queridas con las que quisiera compartir un té, una charla
relajada, un paseo pero la actualidad las tiene secuestradas.
Mirar en
perspectiva, dimensionar, imaginar, crear, divertirse… todas estas cuestiones
requieren tiempo. ¿Qué queda sin tiempo para dedicarles?
Hay algo en las
elecciones que hacemos, en las decisiones que tomamos, que tienen que ver con
nuestros valores. A veces hasta intuitivos, no los pensamos pero por algún
motivo decidimos ir por acá y no por allá. Me pregunto qué valores se ponen en
juego cuando los días pasan sin que podamos tomar un poco de nuestro propio tiempo
para cualquier cosa, para lo que se nos ocurra, para improvisar, para hacer lo que nos venga en
ganas.
Ante este panorama, agradezco mi
tiempo, agradezco haber podido estar hoy a la tarde mirando llover un rato largo. Agradezco cada siesta. La siesta, ¡un temón! ¿Cómo sería el mundo si todos durmiéramos
siesta? Imagino que muchísimo más pacífico.
En fin, ¿alguien tendrá
tiempo de comentar algo de todo esto?