lunes, 28 de noviembre de 2011

Felicidad

Como no sé bien sobre qué escribir, pasan días y no escribo. Las anécdotas médicas, ¡por suerte!, pasaron a un segundo plano. Hace un mes que terminé el tratamiento y me voy recuperando muy bien.
No sabía sobre qué escribir hasta anoche, cuando conocí al “hombre más feliz del mundo”, y eso me trajo al blog.
Como mínimo, quiero compartirlo para quienes no lo vieron. Canal Infinito: 26 personas para salvar al mundo, de Jorge Lanata (www.sur.infinito.com/26-personas/episodio-3). En este tercer capítulo presenta a Matthieu Ricard, doctor en genética celular, un hombre que a los 26 años decidió dejar su vida en Francia para ir a vivir al Himalaya, al Monasterio Shechen, en Katmandú (Nepal), una ciudad en uno de los países más pobres del mundo, donde se convirtió en monje budista hace 40 años. A Ricard se lo conoce como “el hombre más feliz del mundo”, a partir de estudios neurológicos que le realizaron científicos especializados en neurociencia, de la Universidad de Wisconsin (Estados Unidos), donde se midió el nivel más alto “de felicidad” en el cerebro jamás alcanzado (técnicamente, altísima actividad en la corteza cerebral prefrontal izquierda, donde se localizan las emociones placenteras).
Durante la entrevista realizada en el Monasterio, Ricard habla sonriente sobre meditación, amor altruista, compasión y, sobre todo, felicidad: “es posible entrenar el cerebro para ser feliz y hacer felices a los demás”.
Entre los entrevistados durante el programa, también habla el economista Lord Richard Layard, autor del libro Felicidad, best-seller en Reino Unido, que influyó para instalar la temática dentro de la agenda política de ese país, y ser considerada un parámetro fundamental sobre el estado de la población.
Me quedó el tema de la felicidad en la cabeza (¿cuántas veces te preguntás qué te hace feliz? ¿quién te enseña a encontrar estas respuestas? ¡qué poco hablamos sobre qué nos hace felices!), así que busqué a Ricard en Internet (www.matthieuricard.org). En la web cuentan que, además, fue asesor del Dalai Lama, que es hijo de un filósofo francés, es fotógrafo y eligió para uno de sus libros retratar 100 sonrisas (imágenes muy simples que contagian). A la vez, apoya distintos proyectos humanitarios en Asia (www.karuna-shechen.org), con la convicción de que la felicidad de cada uno, tiene que ver con la felicidad de quienes nos rodean. Y veo una nota en el diario El Mundo, de 2007 www.elmundo.es/magazine/2007/395/1176906666.html) con una buena entrevista, y diez "consejos" para ser feliz.
No encuentro el libro Felicidad en español, ni los de Ricard disponibles en Argentina… De todos modos, la felicidad viene a mí :)

jueves, 17 de noviembre de 2011

Qué ves cuando me ves


Sabrán comprender estos días de silencio bloguero, por llamarlo de alguna manera. Me resultó imprescindible poner la cabeza en otras cosas, retomar rutinas y resolver pendientes después de meses de tener mi agenda capturada por los médicos.
Nada para preocuparse. Acá estoy, recuperándome muy bien, pelada con pañuelo, de buen ánimo y con una nueva visita a mi astróloga, que vuelve a confirmar que no me estoy por morir.
El foco para el próximo año, según recomiendan los astros, estará puesto en dedicarme a comunicar mi experiencia desde lo intuitivo, desde lo irracional, desde las tripas… ¿Qué querrá decir con eso? ¿Será este blog? ¿Hablarle a quién? ¿A  otros pacientes con cáncer? ¿A los que no tienen nada que ver con el cáncer? ¿Y comunicar qué? ¿Cuál es mi experiencia?
Me pregunto también quién va a querer escuchar sobre cáncer, o sobre la experiencia a partir del cáncer.
En estos días la mayoría de las personas cuando me encuentra lo primero que me dice es: “qué bien se te ve”. Y lo agradezco, pero no puedo evitar pensar cómo esperarían verme, o qué querrán decir, o cuán importante será verme bien o mal. Quizás no espero verme bien. Andar pelada por la vida no es una imagen que yo elegiría ni aunque me quedara espléndido. A la vez, podría verme bien y sentirme horrible, como ya me pasó otras veces.
Entonces, en esos momentos, pienso que el pañuelo es señal de cáncer, de nuestra finitud, de que nos podemos morir. Quizás “verme bien” equilibra un poquito la angustia existencial que suele provocar la idea de la muerte. En esos mismos momentos, cuando después del “qué bien se te ve” no sigue un “¿cómo te sentís?” o “¿cómo estás?”, entiendo que quizás la mayoría no quiere escuchar sobre cáncer. Y los entiendo, yo también quisiera ignorar el tema. Pero acá está.
La cuestión, cuando no me preguntan cómo me siento, es que se pierden de saber algo que, en una de esas, equilibra mucho más la angustia existencial frente a la muerte. Se pierden de saber que me siento muy bien y que sigo convencida de que algo bueno saldrá de todo esto. Sobre todo cuando la astróloga –con incuestionable rigor científico- me lo asegura, pese a que todavía no sé a qué se refiere al hablar de comunicar mi experiencia, y aunque no soy capaz de ver lo mismo que ella ve cuando me ve.